sábado, 8 de agosto de 2009

La educación popular


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La educación popular[1]
La educación popular fue en un comienzo impulsada por los ideales de transformación social que acompañaron a los pensadores y líderes de la independencia. Para esas épocas los conceptos de educación popular se instauraron, sobre todo, como una alternativa pedagógica que tenía como fin la construcción de identidad cultural.
Luego de que la modernidad se instauró en la mayoría de las sociedades latinoamericanas, lo popular como el sentido de pertenencia a un pueblo y su tradición dejó de tener sentido debido a la apertura cultural e ideológica que se vivió a nivel mundial; sin embargo, cuando el fenómeno de la industrialización mostró la opresión que acarreaba el sistema capitalista para los años de 1960, las nociones de lo popular resurgieron para localizar y analizar críticamente “las fisuras del sistema”.
Dentro de la pluriculturalidad que caracteriza el hoy latinoamericano, la educación popular se ha recreado como un movimiento de transformación social que debe sentarse sobre las bases de lo pedagógico y lo político. De igual manera, al interior de los diversos sectores sociales se han generado una serie de espacios educativos externos al sistema institucional de la escuela que pueden reconocerse como parte de la educación popular; entre estos se pueden reconocer: la educación de adultos, los grupos cristianos populares; la izquierda latinoamericana; los movimientos de nueva cultura (liderados por Paulo Freire); la capacitación técnica; los sectores de la academia interesados por la investigación-acción; los sectores de la escuela formal que intentan acercar la escuela a la realidad de lo popular; los procesos de minoría étnicas y de género.
Así, con el proceso histórico que ha vivido la educación popular, ésta ha logrado reconstruirse sobre una serie de principios como: una opción básica de transformación que parta de la realidad social, una opción ética, el empoderamiento de excluidos y desiguales; considerar la cultura como escenario fundamental donde se debe poder concretar negociaciones a nivel de ideales y estilos de vida, estas negociaciones se hacen con el fin de regular aquellos comportamientos dañinos para el bienestar de la comunidad.
Por lo demás, uno de los principios actuales busca estimular el saber práctico-teórico para la producción de conocimiento, esto, considerando la importancia de teorizar sobre los saberes populares que encierran el valor espiritual de las culturas y hacen parte del soporte ideológico en la educación popular.
Por otro lado, se ha de considerar que la noción de lo popular como agente generador de cambios reales ha venido acompañada de una serie de fenómenos que dificultan la consecución de un desarrollo social equilibrado; algunos de estos “fenómenos” son: la fragmentación de las culturas populares y el surgimiento de culturas híbridas; la desterritorialización, es decir, «el fin de las nociones de filiación y el traspaso de los afectivo a nivel social y económico»[2]; el aumento de la cultura de masas y el ciudadano consumidor entendido entre las lógicas del mercado que crean un nuevo ideal de ciudadano.
En estas nuevas concepciones de lo ciudadano, se considera que la calidad de un individuo como ciudadano se mide por el poder adquisitivo. Si es así ¿Qué lugar ocupan en el sistema las poblaciones menos favorecidas o las personas menos enteradas de las modas diplomáticas? Al parecer, ninguno.
De tal manera, a pesar de vivir en tiempos de la “gran” apertura y fusión cultural, cuando las personas obtienen un desarrollo económico están dispuestas a seguir alimentando las cadenas del consumo. Luego de cumplir con las necesidades básicas ¿qué queda? Seguir supliendo las necesidades imaginarias que nos inventan los medios masivos de comunicación. Entonces, ser consumidor activo se hace indispensable para conseguir trabajo, para tener amigos, para conseguir algo de estabilidad en las relaciones sociales afectivas tanto a nivel familiar como personal.
Si este es el panorama de los contextos sociales, sobre qué medidas o pensamientos se pueden guiar los proyectos populares que posean un interés real de transformación. Si al parecer, la gran mayoría de habitantes estamos inmersos dentro de la cultura del consumo, cómo podemos garantizar que los intereses por la superación social sean dirigidos al bienestar del conjunto y no al mero ascenso del estatus por parte de las mentes que formulan los proyectos “educativos” y “populares”.



[1]Documento guía:
· MEJÍA, Marco Raúl y AWAD, Myriam Inés. Educación popular hoy. En tiempos de globalización. Bogotá: Aurora, 2003. 232p.
[2][2] MEJÍA, Marco Raúl y AWAD, Myriam Inés. Educación popular hoy. En tiempos de globalización. Bogotá: Aurora, 2003. Pág. 12

1 comentario:

  1. Saludes.

    Estoy totalmente de acuerdo con este planteamiento. Debemos retomar el liderazgo moral, reforzar los valores y recuperar la mística, si bien es cierto lo popular, conlleva un sin número de significados para diversos grupos de personas. Debemos retomar la educación popular como el arma fundamental que nos ayuda a la toma de conciencia y por ende a las transformaciones sociales.

    En América Latina y particularmente en Nicaragua, donde vivo, existen experiencia de educación popular, que han llevado consigo todo un programa y estrategia de transformaciones desde lo cultural hasta lo político, sin dejar por fuera la práctica social que tanto hemos hablado y poco hemos incidido en la misma, hablo en términos generales, no aludo a los y las personas, organismos e instituciones que si lo hacen.

    Finalmente esta el dilema de quienes dan la plata y quienes la solicitan, de allí que formular proyectos “educativos” y “populares”, como bien lo señalan es y debe seguir siendo un proceso participativo y de toma de decisiones consciente por los protagonistas que desean impulsar sus propias transformaciones sociales y políticas.

    José Javier Castillo Membreño
    Educador Popular
    Nicaragua.
    josjavcas@yahoo.es

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